Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado.

Fotografía: Walter Garzon
Una Conmemoración honra la memoria de las víctimas del pasado, pero en nuestro país las víctimas y el conflicto habitan también el presente, fruto de la violencia ininterrumpida de varios siglos. Los noticieros inauguran cada mañana el dolor, la sangre, la ausencia. Las noches claras parecen extinguirse, porque la calma en los territorios es arrebatada por el silencio y la soledad de la guerra.
En lo que va del año, más de treinta jóvenes indígenas se han suicidado en el Chocó para evitar ser reclutados. Prefieren la muerte anticipada por sus manos, que el cruel destino como actores de la guerra, quizás contra su propio pueblo. En la capital del mismo departamento, se han registrado al menos 68 homicidios. ¿Qué condena debe pagar el pueblo negro? La maldición de la Loba Blanca sigue viva, como lo dijera Zapata Olivella en Changó.
Todos ellos son víctimas de una sociedad que desde hace mucho o desde siempre les falló y aumentan la interminable lista de las víctimas del conflicto.
Ellos y ellas, los falsos positivos que se presentaron en Puerto Leguizamón – Putumayo.
Ellos y ellas, los niños fallecidos en Arborizadora Alta – Ciudad Bolívar.
Ellos y ellas y el ecocidio que se avecina por el envenenamiento de nuestras aguas en Puerto Wilches, Santander con el plan piloto de Fracking.
Ellos y ellas y la quema masiva de más de 70 hectáreas de páramos y frailejones en Boyacá.
¡Ay Pacha! ¿cuánto más debe sufrir tu sangre? La sangre de los pueblos abandonados que sin quererlo, -en ausencia de la tranquilidad- se han convertido en soldados sin sueño. ¡Alerta, alerta siempre porque la muerte nos asedia!
Nos asedia vestida de privilegios en las grandes ciudades y universidades, vestidas con el discurso de la defensa del sistema económico, de la ampliación de la frontera agrícola, de la seguridad, el desarrollo, el progreso. La feminización de la naturaleza mata a nuestros territorios y nuestras gentes. La indiferencia, el racismo, la misoginia, la transfobia, matan. Una sociedad corroída por el sentido de la competencia y el ser individual del neoliberalismo, mata. Un Estado dónde las instituciones están cooptadas, mata. Se mata dos veces cuando quién lanza una piedra es terrorista, pero quien dispara contra el pueblo parece no alcanzarle la justicia. Mueren dos veces porque quedan las víctimas y la impunidad.
Hoy podría ser una noche más de presagios, pero el dolor es tanto, que es imposible pasarlo por alto. Se rompe el silencio y se encienden las velas. Que las estrellas se alcen fuerte y alto como nuestras voces. Luces tan numerosas en el cielo, son como la acumulación de nuestra historia, de nuestros muertos, que hoy se evocan y nos hacen sentir la fuerza que nos devolverá la palabra y con ella, la memoria.
Pido a las ancestras que el firmamento se despeje esta noche y nos permita ver la luz; pues hoy en las estrellas se buscan los rostros de la ausencia del pueblo y los sonidos de su hablar que es olvidado con los años, con el peso de los soles que han quemado nuestros hombros en la fatiga por construir la paz.
Fotografía: Walter Garzon

Laura Alejandra Guarnizo Cascavita

Abogada egresada de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, con estudios en Geografía de la Universidad Nacional de Colombia. Cofundadora de Sentipensar y actualmente se desempeña como investigadora. Sus áreas de interés son los estudios culturales, territoriales y de género.

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